Al contrario de lo que muchos piensan, ir a la escuela o a la universidad no te va a convertir en una persona educada, ni tampoco te va a preparar necesariamente para la vida.
Queremos comenzar este artículo con una afirmación concisa y directa: las personas, los ciudadanos, somos un producto del sistema y, como tal, tendemos a hacer aquello para lo que fuimos creados. Todo esto es una trampa, un montaje: la realidad no está hecha para que tengas éxito, sino para que entiendas el éxito bajo unos términos preestablecidos por alguien.
Vamos a intentar explicar esto más a fondo a lo largo de este artículo en el que volvemos a la carga con el tema de la educación, pero, primero, una pregunta que algunos os estaréis haciendo:
Siendo Librestado un portal en el que te intentamos ayudar a liberarte del peso del Estado, ¿por qué incidimos tanto en la escuela y la educación libre?
La respuesta es simple, porque si queremos ser más libres, tendremos que empezar haciendo entender a los demás por qué es importante la libertad, y para ello, tenemos que desconectar a los que nos rodean de esas ideas tan dañinas que nos han inculcado y siguen inculcando a nuestros hijos desde el primer momento, durante la escolarización.
La educación ya no es el proceso de facilitar conocimientos y habilidades que ayuden a los niños a tener una vida libre, según sus propios valores y a valerse por sí mismos en el futuro. La educación, según la entienden los Estados, es el proceso de enseñar y adoctrinar a los niños para que sean buenos ciudadanos, personas obedientes, útiles y fáciles de manejar. La educación es la base del poder opresivo de los Estados.
La creación del sistema educativo prusiano y la influencia de Johann Gottlieb Fichte en la subordinación del libre albedrío
En el corazón del sistema educativo prusiano —que influyó enormemente en Europa y en todo el mundo, especialmente en el siglo XIX— se encuentra una ideología profundamente arraigada en el pensamiento de Johann Gottlieb Fichte. La filosofía de Fichte, más concretamente sus opiniones sobre el libre albedrío y su subordinación «al bien común», constituyó la base de un sistema que no tenía como finalidad educar, sino adoctrinar: un sistema que buscaba moldear al ciudadano ideal, no al individualista de pensamiento crítico.
Fichte, filósofo de la era idealista alemana, sostenía que el libre albedrío del individuo, si no se controla, conduce al egoísmo y a la anarquía. En sus «Discursos a la nación alemana» (1807-1808), sostenía que una educación estricta y centralizada era la mejor manera de poner al individuo al servicio del Estado. Según Fichte, el libre albedrío era un obstáculo para la creación de una sociedad moral y culturalmente homogénea.
Fichte concluyó que la educación debía tener como objetivo destruir el libre albedrío para que, al salir de la escuela, los alumnos fueran incapaces durante el resto de sus vidas de pensar o actuar de forma diferente a como les enseñaran sus maestros.
El sistema educativo prusiano se tomó muy en serio estas ideas. El Estado se impuso como deber utilizar la educación para crear un ejército de ciudadanos leales y obedientes que siguieran órdenes en lugar de perseguir ambiciones personales. El objetivo estaba claro: formar súbditos que no cuestionaran el orden y la autoridad del Estado. La enseñanza era estricta y jerárquica, y se centraba en la disciplina y la memorización de datos en lugar de fomentar el pensamiento crítico y la realización individual.
Los planes de estudio estaban diseñados para apoyar las ideas del Estado y preparar a los jóvenes para su papel como engranajes del aparato militar prusiano. A los alumnos se les inculcaba la puntualidad, el orden y la obediencia, virtudes muy valoradas en la tradición castrense prusiana. La escuela no era tanto un centro educativo como una institución para moldear el carácter en interés del Estado.
Desgraciadamente, el legado del sistema educativo prusiano, a pesar de sus rasgos tan autoritarios, ha sentado las bases de los sistemas educativos modernos EN TODO EL MUNDO.
Muchos elementos característicos de la educación contemporánea, como la estructuración por grupos de edad, el plan de estudios estandarizado o la formación centralizada del profesorado; tienen su origen en este sistema.
En resumen, el sistema educativo prusiano era conocido por su enfoque estructurado y disciplinado y por su énfasis en la educación como medio para hacer avanzar al Estado en sus objetivos. Estos avances en la educación se produjeron en una época de profundos cambios sociales y políticos en Europa, especialmente durante y tras las guerras napoleónicas y el posterior periodo de Restauración. El sistema educativo de Prusia siguió siendo influyente hasta la fundación del Imperio Alemán en 1871, e incluso después.
Dejando atrás la historia por un momento, pasemos a una de las principales críticas a la libertad de enseñanza (muchas de las cuales son, efectivamente, infundadas): cuando hablamos de homeschooling, no queremos decir que el niño se quede encerrado en casa y no tenga contacto social con nadie. El problema no son las escuelas, sino las normas que las rigen y el hecho de que la educación la controla el Estado. Y aunque te guste el político o el ministro de Educación de turno, puede que algún día deje de gustarte…. ¡el problema fundamental es que el Estado tiene el poder monopolístico de determinar, influir y controlar completamente la educación de los niños!
Los niños tienen distintos ritmos de desarrollo, intereses diferentes y únicos, sentimientos y una sensibilidad individual, curiosidad… y se plantean grandes preguntas sobre la vida a través del pensamiento crítico. Todos los niños son especiales y únicos: lo peor que se puede hacer es tratar de estandarizarlos y culparlos cuando no se adaptan y se comportan de forma diferente a la esperada.
Entonces, ¿buscamos obediencia ciega o pensamiento crítico? ¿Seguimos estancados en una tradición desfasada o rediseñamos la educación para formar personas libres y responsables? Estas preguntas son cruciales si queremos dar forma a la (verdadera) educación del futuro.
¿Realmente es tan importante obligar a los niños a memorizar (que no a aprender) todo lo que se les impone en su temario? ¿Hace falta obligarles a aprender algo que a menudo no necesitan o no les interesa, y juzgar su carácter en función de su rendimiento? ¿No sería más interesante formar mejores personas, personas que sean libres y buenas (tanto consigo mismo como con los demás) y promuevan la bondad, en lugar de soldaditos descerebrados?
Condicionamiento social y estandarización: la visión de Fichte sobre el adoctrinamiento
Las piedras angulares del sistema educativo prusiano, materializadas a través de las convicciones filosóficas de Fichte, fueron el condicionamiento social y el adoctrinamiento. La retórica de Fichte era clara e inequívoca: veía la educación como un instrumento para moldear la sociedad de acuerdo con los requisitos del Estado. En consecuencia, el sistema educativo prusiano del siglo XIX se convirtió en una fábrica en la que se producían jerarquías y roles sociales.
Fichte perfiló este proceso con afirmaciones como «el verdadero propósito de la existencia humana es el logro de la moralidad perfecta». Aquí pueden identificarse las raíces de su ideario, según el cual, el libre albedrío del individuo debe subordinarse a la voluntad moral del colectivo. Su visión era utilizar el sistema educativo para crear una generación que, en cierto sentido, fuera esclava del Estado durante toda su vida: incondicionalmente leal, sin ningún cuestionamiento crítico propio.
El sistema prusiano buscaba estandarizar y uniformizar al individuo, y la escuela del siglo XIX estaba muy reglamentada: los planes de estudio, los sistemas de exámenes, los horarios de las clases e incluso la arquitectura de los edificios escolares seguía un patrón estandarizado (como si de prisiones se tratase). La introducción de grados y sistemas de promoción en la década de 1820 y el establecimiento de la enseñanza obligatoria en Prusia en 1819 fueron hitos en este camino. A finales del siglo XIX, casi el 100 % de los niños prusianos asistían a la escuela primaria. La escuela se convirtió en la primera instancia de socialización, formando a niños y jóvenes según el ideario estatal.
Esta homogeneización a través de la educación la exigió Fichte al afirmar que «la nueva educación debe, en efecto, atraerlo todo hacia sí para conducir a toda la juventud a través de ella». Las ideas de Fichte se tradujeron en cifras: se estableció un sistema educativo uniforme con una formación normalizada del profesorado, que se institucionalizó en 1834 con la fundación de las primeras escuelas normales prusianas.
Sus obras contienen numerosas citas que apuntalan su idea de una educación destinada a subyugar al individuo:
- «La única manera de educar pasa por no permitir ninguna voluntad propia».
- «La verdadera libertad implica que el individuo no se obedezca a sí mismo, sino al colectivo».
- «Lo que el hombre ha de perseguir como verdadero miembro del Estado no es la libertad, sino la perspicacia y la voluntad de hacer lo correcto».
El papel del castigo y la disciplina: el legado del castigo que dejó Fichte
La cuestión del castigo por mal comportamiento está inextricablemente ligada al sistema educativo prusiano. El castigo desempeña un papel fundamental en el mantenimiento de la disciplina y la obediencia.
La disciplina en las escuelas prusianas era notoriamente estricta: los castigos corporales eran una práctica comúnmente aceptada y frecuentemente utilizada para obligar a los alumnos a obedecer. El objetivo era moldear la voluntad y el carácter. Los castigos eran muy variados, y abarcaban desde el castigo corporal hasta la privación de privilegios… cualquier parecido con las penas por no pagar impuestos, los confinamientos y todo lo que experimentamos a día de hoy no es mera coincidencia —es cierto que en algunos países la violencia estatal ha quedado atrás, pero no en todos—.
El propio Fichte veía la disciplina como una parte esencial de la educación, como refleja en sus escritos: Fichte escribió que «La primera cualidad que el docente debe inculcar a su alumno es la obediencia». Bajo esta perspectiva, el castigo no se veía como un medio de corrección, sino como una herramienta para generar obediencia.
Los informes y documentos históricos del siglo XIX demuestran que el sistema escolar prusiano era duro y autoritario. Los profesores tenían el derecho absoluto a castigar a sus alumnos, y el reglamento escolar estipulaba que la desobediencia y el desprecio a las normas debían castigarse con severidad.
En este sistema, había poco espacio para la individualidad o los errores: ambos se consideraban perturbaciones del orden social y moral. En consecuencia, muchos alumnos tenían miedo a la escuela y a los profesores, y asociaban el aprendizaje con la angustia y el dolor. Los severos castigos por mal comportamiento creaban una atmósfera de miedo e influían en el desarrollo psicológico de los niños.
No existen los errores, solo las oportunidades para aprender. Una forma «rápida» de aprender es ver los «errores» de los demás y no repetirlos, pero los errores también son relativos, pues un fracaso solo es tal cosa en función de los objetivos que uno tenga. Los errores suelen formar parte del proceso de desarrollo, aprendizaje y descubrimiento: cuánto más se penalice el error, menos se intentará, menos se atreverá, menos se arriesgará y menos se saldrá de la zona de confort. El crecimiento solo puede producirse a través de los errores.
En cuanto al adoctrinamiento mediante la educación, Fichte subrayó la importancia de la primera infancia en la formación de la mente humana. En su opinión, era necesario doblegar la voluntad del niño en los primeros años de vida para hacerlo moldeable y compatible con el orden social al que se le pretendía someter. Esto demuestra lo profundamente arraigada que está la idea de la subordinación del individuo a la colectividad en la historia de la educación.
De hecho, la realidad es diametralmente opuesta: cada uno debe cuidar de sí mismo para que el «colectivo» mejore y prospere, en lugar de formar un «colectivo ideal» a costa del bienestar de cada individuo. Si cada uno de nosotros prospera, el colectivo prospera.
El desempoderamiento de la familia
La política educativa prusiana privó sistemáticamente a las familias de su influencia en la educación de los niños. El sistema, influido por las ideas de Johann Gottlieb Fichte, estaba diseñado de tal manera que el Estado se convertía en el principal educador de los jóvenes. Las familias tenían pocas oportunidades de enseñar o educar a sus hijos siguiendo sus propias ideas y preferencias, ya que esto a menudo resultaba incompatible con las exigencias estatales. La educación obligatoria, introducida en Prusia en 1819, hizo obligatoria la asistencia a la escuela de todos los niños y, por tanto, eliminó una parte fundamental de la autonomía de las familias.
Este mecanismo sirvió para combinar el «deber de trabajar» con la «educación obligatoria». Los padres se veían forzados a enviar a sus hijos a la escuela mientras ellos mismos cumplían con las exigencias de sus jornadas laborales de 8 horas. La ley de la época preveía severas sanciones para quienes faltaran a la escuela: los padres que no enviaban a sus hijos a la escuela se arriesgaban no solo a sanciones sociales, sino también a perder la custodia de los mismos o incluso a ser encarcelados.
Y así sucede con todo: las ideas realmente buenas no necesitan ser impuestas por nadie. Solo se pueden considerar realmente buenas si quienes se benefician de ellas las apoyan. Nadie puede decidir libremente bajo coacción —especialmente bajo amenaza de multas, privación de libertad, violencia o incluso la muerte—.
Esta estrategia no derivó sino en una muerte lenta y gradual a fin de evitar revoluciones, guerras civiles, levantamientos, ataques al gobierno… todo para dar el tiempo necesario a quienes estaban en el poder para construir una narrativa en torno a este autoritarismo que poder venderle al pueblo.
Como la ley obligaba a los padres a trabajar 8 horas al día, era un «respiro» enviar a los niños a la escuela. Hoy sabemos que trabajar por horas no tiene ningún sentido —porque cuanto mejor eres, más rápido y eficaz trabajas—, y que el sistema escolar no es el mejor lugar para aprender, porque simplemente sirve a los propósitos del gobierno.
Además, recuerda que la educación no es un derecho, y que es irrelevante lo que figure en las distintas constituciones del mundo —que no dejan de ser los mandatos de personas que ni siquiera te conocen y que están a cargo de tu vida—. Cuando decimos esto, mucha gente se queda sin palabras y se echa las manos a la cabeza: la educación es un servicio, como la sanidad, las infraestructuras, los restaurantes o las peluquerías. Cada vez que alguien te sirve de alguna manera, te está proveyendo de un SERVICIO. Cuando decimos que la educación no es un derecho, parece que no queremos que los niños aprendan. No pasa nada por llamar a las cosas por su nombre, porque decir que la educación es un derecho es como decir que todo el mundo tiene derecho a conducir Porsches y Lamborghinis. Todo el mundo entiende la diferencia, ¿no? Una buena educación no tiene por qué ser cara, pero para muchos es un privilegio, al igual que conducir un coche nuevo o de alta gama.
Esta historia de que la educación es un derecho es solo una narrativa para que nadie pueda cuestionar que el Estado tome las riendas y adoctrine a los niños. Esperamos que ahora lo entiendas…
De hecho, la mayoría se sienten «protegidos» por el Estado, y envían a sus hijos a la escuela con una amplia sonrisa y la conciencia tranquila, sin saber en qué se basa realmente todo esto.
Y no te contamos todo esto para ser conflictivos ni para sembrar la discordia entre los padres que nos leen: solo queremos darte un poco de contexto y explicarte toda la historia.
No hay que subestimar la influencia de Fichte en este proceso evolutivo de la educación. Su visión de la enseñanza como un medio para moldear la mente del pueblo y promover los intereses del Estado encaja perfectamente con la idea de que el Estado debe tener la sartén por el mango en la educación de los niños. Sostenía que era maravilloso que «Tanto el oficio como la escuela fueran obligatorias», porque así se garantizaba que los niños asistieran a clase, ya que los padres debían dedicarse a su trabajo y cumplir con su deber para con el Estado (además de pagar impuestos, claro).
Este cambio de paradigma tuvo un profundo impacto en la estructura familiar y en el orden social. Creó una situación en la que los niños pasaban la mayor parte del día en un entorno controlado por el Estado, lo que facilitaba el adoctrinamiento y la socialización estatales. La escolarización se convirtió en el principal instrumento de socialización, mientras que el papel de la familia quedó relegado a una posición muy secundaria. El sistema prusiano no solo institucionalizó la educación, sino también un orden social en el que la familia quedaba marginada.
Las conclusiones de este artículo son un buen recordatorio de cómo una excesiva concentración de poder sobre la educación en manos del Estado conduce a un debilitamiento de la esfera de influencia familiar y a una restricción de las libertades individuales.
Hay quien afirma que el ascenso del nacionalsocialismo en Alemania se vio favorecido por una obediencia al Estado culturalmente anclada en el pueblo alemán. Esta perspectiva sugiere que la obediencia y el conformismo presentes en la sociedad alemana, presumiblemente producto del sistema educativo y las normas sociales prusianas, allanaron el terreno para el régimen totalitario nazi y le permitieron prosperar. Desgraciadamente, la historia cultural alemana muestra una tendencia a adorar a figuras de liderazgo fuertes (el llamado «culto al Führer»).
Y, por supuesto, las demás naciones copiaron el modelo prusiano, lo que hizo que el sistema educativo se convirtiera en lo que es hoy.
En muchas partes de Alemania, la iglesia desempeñaba un papel tradicional, y enseñaba a los fieles obediencia y sumisión ante un poder superior. Este componente religioso pudo haber contribuido también a la mentalidad que no cuestiona la autoridad y que, por tanto, es más fácil de integrar en un sistema totalitario.
La religión se basa en la premisa de que «alguien allí arriba vela por nosotros» y de que «las cosas suceden porque alguien tiene un plan para nosotros», todo lo cual arrebata al individuo la responsabilidad de sus actos, le quita la iniciativa de hacer lo que quiere y, si mete la pata, también de aprender de sus errores y mejorar. En lugar de aceptar y aprender, el creyente busca el perdón, al igual que la gente, las empresas y los bancos buscan el perdón por sus errores y siempre piden ayuda al Estado —por ejemplo, cuando sus rezos surten efeto y el Estado imprime dinero para hacer de «salvador»—. Tú eres la única persona que puede salvarte de ti mismo, el único responsable de la vida que tienes.
La religión y el Estado se basan en los mismos principios: nunca has visto a «Dios», ni al Estado, pues no tienen «forma». Hasta cierto punto, ambos son lo mismo y juegan con la fe y las creencias de la gente, haciéndoles creer que existe algo o alguien que se preocupa por todos nosotros más allá de nosotros mismos.
¿Que quieres creer en un ser superior, pertenecer a una sociedad o seguir unas ciertas costumbres?, estupendo, hazlo, pero no te dejes atar a ciegas a lo que dice una institución como la Iglesia, el Estado o lo que sea, con intereses seguramente sean muy diferentes a los tuyos y pasen por hacerte más y más dependientes de ellas.
Reflexión crítica y llamamiento a los padres de hoy
La constatación de que el sistema educativo actual se asienta sobre una base concebida originalmente para instruir y adoctrinar sujetos y no para fomentar la creación de ciudadanos libres resulta, cuando menos, inquietante. Los padres deberían preguntarse si realmente quieren apoyar un sistema que obliga a sus hijos a conformarse y les impide convertirse en pensadores críticos y creativos.
Sí, una cosa es cuestionar un sistema y otra cambiarlo, pero sin cuestionamiento inicial, el cambio no puede llegar nunca. Los niños no tienen prejuicios ni creencias: son intrépidos, curiosos por naturaleza, desinhibidos e irrespetuosos.
Tienen sin la menor duda la energía y capacidad de cambiar el mundo, y precisamente por eso siempre quieren ser superhéroes, médicos que salvan vidas, policías que protegen a las personas, veterinarios que cuidan de los animales, y demás oficios siempre enfocados en alcanzar una grandeza sin precedentes.
¿Por qué al final siempre se pierde toda esa magia y ganas de cambiar el mundo?
Tenemos que abandonar la idea de que las escuelas son las únicas capaces de preparar a los niños para la «vida real» y empezar a creer que ellos mismos pueden dar forma a la «vida real» como personas informadas, comprometidas y libres. Si algo les interesa, nadie tendrá que obligarles a madrugar o a hacer los deberes: confiarán en ellos mismos y lograrán más de lo que imaginas.
Este artículo no solo pretende hacerte reflexionar, sino también suscitar un debate crucial sobre el papel de la educación. Se trata de respetar la dignidad y la libertad de cada niño, al igual que queremos que se respeten nuestros derechos naturales a la libertad y a la propiedad privada.
La educación que demos a nuestros hijos será la base del futuro. No se puede tener un buen futuro con unos cimientos desfasados que tienen más de 200 años de antigüedad y además se basan en la pura injusticia social.
¿Aprender para la vida o aprender para aprobar un examen?
En un sistema tan centrado en los exámenes y las notas como el que nos encontramos en la mayor parte del planeta, el fracaso deriva en una situación en la que el aprendizaje se reduce a aprobar exámenes en lugar de comprender conceptos y desarrollar habilidades que importan en la vida fuera de la escuela. Los alumnos se acaban sintiendo obligados a aprender para ser evaluados positivamente en lugar de para adquirir conocimientos reales o desarrollarse personalmente.
Y así, volvamos a la pregunta: ¿cuál es el objetivo de la educación?
El propio Johann Gottlieb Fichte sentó las bases de un sistema educativo centrado en el adoctrinamiento, y ahora la sociedad contemporánea se enfrenta a la tarea de cuestionar estos fundamentos podridos. El objetivo de la educación debería ser preparar a los jóvenes para una vida plena y autodeterminada en la que puedan desarrollar sus talentos. Se trata de fomentar habilidades como el pensamiento crítico, la creatividad y la autorreflexión, en lugar de la mera capacidad de memorizar y reproducir información.
Hoy en día, sobre todo gracias a internet, no necesitamos realmente retener todo lo que nos han obligado a aprender durante la etapa estudiantil. ¿Quién necesita conocer la masa del sol? ¿Para qué debería aprender a calcular la duración de una caída libre sobre Saturno sin tener en cuenta el rozamiento y la masa del objeto? ¿Qué sentido que todos los niños se aprendan los ciclos de las plantas o ser capaz de calcular la integral de una ecuación matemática de quinto orden sin calculadora, saberse de memoria toda la tabla periódica de los elementos o ser capaz de nombrar todos los componentes de una mitocondria?
Siguiendo un aprendizaje más autodirigido y adaptado a cada cual, no solo aprenderemos a buscar información, sino también a formular las preguntas adecuadas y a saber dónde y cómo encontrar las respuestas que necesitamos (según proceda y de acuerdo a las necesidades del contexto). Se trata de desarrollar la capacidad de juicio para poder distinguir entre la verdad y el sinsentido. Aprendemos a cuidar de nosotros mismos, a mantener la independencia, a afrontar las adversidades y a mantener la calma. Es importante comunicarnos de forma clara y expresiva, comer sano, cuidar de nuestro cuerpo y de nuestra mente, controlar nuestra respiración, administrar el dinero y nuestros bienes con buen juicio y no castigarnos emocionalmente por cometer errores.
Todas estas habilidades nos ayudan a ser mejores personas, pero dificultan a los Estados su poder sobre nosotros, razón por la que no quieren que las desarrollemos.
Como solemos decir aquí, tu vida es tuya, para vivirla como quieres. A menos que esto no lo veas así, deberías empezar a trabajar en desescolarizarte, en liberarte de todo el adoctrinamiento recibido y, sobre todo, deberías poner todos los medios posibles por evitar que adoctrinen a tus hijos.
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