No importa que votes a izquierda o derecha, el Estado te saquea de arriba abajo. Cada vez que entra en una nueva parcela de nuestras vidas, este temible virus se asegura de que nadie pueda hacerlo retroceder y su poder se hace más y más grande. Su objetivo final es que no tengas nada para que se lo debas todo, busca la destrucción de cualquier tipo de individualidad.
En este artículo queremos dedicar una mirada crítica a la figura del Estado para que puedas empezar a cuestionar las nociones e ideas que más predominan hoy en día. Nuestro objetivo no es explicar de forma lógica y paso por paso lo que es el Estado y cómo podrían funcionar sus alternativas (para eso ya existen escritos mucho más técnicos y detallados de grandes autores), pero sí darte ideas para que comprendas que existen otras opciones y puedas empezar a ahondar en ellas. Por supuesto, dado el enfoque práctico de Librestado, terminaremos este escrito explicándote cómo puedes pasar a la acción.
La Teoría de las Banderas y el Turista Perpetuo como salida
Vivir como Turista Perpetuo tiene muchas ventajas: viajas por el mundo, pagas pocos o ningún impuesto y disfrutas de una mayor libertad que la mayoría del resto de los mortales. Convertirse en Turista Perpetuo es una de las mejores opciones para aquellos que quieren librarse del peso del Estado.
Sin embargo, como solemos recordaros, ser un Turista Perpetuo no es el único camino y cualquiera que empiece a aplicar le Teoría de las Banderas, es decir, a internacionalizar los aspectos más importantes de su vida, estará un paso más cerca de su independencia de los Estados.
Para que puedas entender mejor por qué pensamos en Librestado que el Estado es un problema tan grande, vamos a empezar aclarando cuál es nuestra definición de dicho concepto.
La definición de «Estado»
Todos aprendemos esta lección siendo niños: el papel del Estado es proporcionarnos lo «esencial»: cosas como la sanidad, la educación, la seguridad, la justicia, unas reglas básicas en las relaciones entre humanos y una protección de la economía. Es decir, el Estado está para asegurarse de que la sociedad funciona correctamente. ¿No es así?
Bueno, esto es lo que nos han enseñado y lo que las instituciones nos inculcan y no quieren que nadie cuestione. Estos conceptos se nos han vendido incluso como «derechos naturales», como si tuviéramos derecho automáticamente a esos servicios. Recuerda, «el objetivo final es que no tengas nada para que se lo debas todo».
El Estado ya existía cuando nacimos, y también antes de que lo hicieran nuestros padres y abuelos. Aunque, por supuesto, no es algo que haya existido siempre. En el presente, en los diferentes países puede haber diferentes opiniones sobre «cómo» deben realizarse distintas funciones, pero nunca sobre «quién» debe hacerlas, el Estado es siempre el responsable de todo, es la deidad del presente. El Estado es bueno, es omnipotente y omnipresente o al menos eso nos quieren hacer creer.
El Estado sabe que cuantos más servicios nos preste (sin importar la calidad de estos), más puede pedirnos a cambio, así, ha decidido ampliar su abanico de servicios hasta niveles nunca vistos.
El término «Estado» sigue siendo algo intangible —detrás de él se esconden políticos, organizaciones, instituciones, etc.—, razón por la que nosotros consideramos al Estado como un ente imaginario y peligroso: es algo que no se puede ver, no se puede tocar, pero su alcance e influencia son enormes.
La aterradora verdad
De forma resumida, podemos decir que el Estado es una organización coercitiva monopolística.
¿Por qué monopolística? Porque impide que otras personas o empresas le hagan a competencia. Es el «Único» proveedor de servicios y quién no esté de acuerdo es señalado como delincuente.
Es una organización coercitiva porque no te permite salirte del sistema, estás obligado a trabajar en y para él, o de lo contrario sufrirás nefastas consecuencias: desde multas a penas más severas y privación de libertad, aparte de todo tipo de escarnios públicos allí donde sea necesario.
La función del Estado es nada más y nada menos que parasitarnos y vivir de nuestro trabajo. No produce en realidad nada y carece de cualquier incentivo para ofrecer un buen resultado porque no se enfrenta a ninguna competencia y, ocurra lo que ocurra, no va a perder su posición privilegiada—está prohibido, naturalmente, y ha establecido cuidadosamente la Ley para salvaguardarse—.
Para que la gente no esté en contra del Estado, este utiliza mecanismos de control —como subvenciones y ayudas económicas—, y así satisface y apacigua a la gente.
Ladrón local
Para simplificar esta explicación, pensemos en la época en que la gente tenía que cazar para alimentarse. Tiene más sentido cazar a la persona que ya tiene la «comida» en la mano que tratar de atrapar al animal salvaje por cuenta propia, ¿no? Cazar uno mismo conlleva muchos riesgos, altos costes y un gran esfuerzo. Matar a la gente que caza tampoco tiene sentido, ¿quién iba a hacer tu trabajo por ti? Los desafíos para el por entonces pequeño Estado eran claros: «¿cómo puedo imponerme aquí, robar a la gente con regularidad, controlarla y hacer que estas personas se acostumbren a mi intrusión en sus vidas?»
He aquí algunas de las formas que el «Estado» encontró para imponerse como ladrón habitual en una zona:
- Amenazas: intimidación, creación de estructuras de control, propagación del miedo.
- Religión: la gente creyó que el Estado es una deidad que ha venido a cuidar de todos, y terminaron adorándolo.
- Defensa contra otros ladrones: «mira, puede que no te guste lo que hago, pero si me voy, vendrá alguien peor de quien solo yo puedo protegerte. Sin mí estáis todos perdidos»
- Soborno: si un grupo supone un riesgo para la manipulación y el control de los ciudadanos, es posible compartir parte de los ingresos con dicho grupo y ganarse su favor
- Sentido de pertenencia: todos obedecen porque es bueno para el grupo, así estarás mejor y más seguro.
- «Buenas intenciones»: el Estado está aquí para resolver tus problemas, salvar vidas, prevenir la delincuencia… porque el Estado tiene buenas intenciones y es bueno para todos, no te preocupes por nada, que nosotros lo haremos. (En realidad, las personas que resuelven problemas se llaman «empresas» o «emprendedores» y no «Estado».)
El Estado ha acuñado la idea de que es absolutamente imprescindible. Sin embargo, su esencia se basa en el autoritarismo, la obediencia, el patriotismo y la guerra. Sus actividades consisten principalmente en la agresión, y lo peor es que se erige a sí mismo como el máximo «protector ante agresiones».
Un ataque a los derechos naturales básicos por parte del Estado
Trabajamos y pagamos impuestos para mantener viva una estructura, sí, pero al Estado realmente le da igual si lo hacemos voluntariamente o no. Es otra forma de esclavitud: ¡la obligación de mantener el sistema como si fuera nuestro derecho!
Nos venden que tenemos derecho a educación, a sanidad, a un hogar, a trabajo…
Todo esto suena muy bien, sin embargo, nos olvidamos de que para que unas personas tengan derecho a recibir algo, tienen que existir otras a las que se les imponga la obligación de proporcionarles ese algo. Es decir, esos presuntos derechos, atentan contra el que para los liberales es el único derecho real, el derecho a que te dejen en paz. ¡Tu libertad acaba donde empieza la de otros!
Pero, sigamos examinando todos esos derechos que nos ofrecen los Estados del Bienestar gracias al contrato social.
Resulta, que el dichoso contrato social es un contrato que ninguno de los aquí presentes ha firmado y que, además, no podemos rescindir. Los servicios (derechos para los estatistas) se ofrecen y cobran, nos guste o no. Para que nuestros hijos vayan a la escuela «gratis», todos los demás tienen que participar y ayudar a pagar el coste que suponen las escuelas públicas. Sin embargo, en ningún momento se ha consultado a nadie si le parece bien o justo. No todo el mundo tiene hijos ni utiliza las infraestructuras que el Estado anuncia como «gratuitas». Pero, aunque no las usen ni las hayan pedido, todos tienen que pagar igualmente por ellas.
Pagas impuestos por cosas que jamás vas a utilizar y, si no te gusta y te atreves a expresar tu rechazo, te tacharán de egoísta y asocial. Un poco como si, forzado, hoy vas a cenar con un grupo de gente a la que ni siquiera soportas, no pides nada de comer ni beber y al final te obligan a pagar una parte de la factura (bueno, si resulta que eres el que más ganas de ellos, tendrías que pagar la mayor parte o incluso la totalidad de la factura).
La educación, la sanidad y la vivienda no son derechos naturales, sino servicios, aunque estén consagrados en las constituciones. Son servicios que unos pagan y otros reciben. Naturalmente, podríamos dejar que fueran empresas (iniciativa privada) las que los ofrecieran de forma mucho más óptima que cuando lo hace el Estado.
Vamos a restaurantes o compramos ropa y muebles porque nos gustan y queremos; ¿por qué no hacer lo mismo con todo lo demás? Muy fácil, porque no nos dejan. Si nos dejase, el Estado perdería su condición de órgano «absolutamente imprescindible», y es preferible que las masas sigan pensando cosas como estas:
- «Nada funcionaría sin el Estado»
- «No sé qué podría pasar sin el Estado»
- «¡El Estado sabe lo que es mejor para nosotros!»
- «Es necesario que el Estado provea por los ciudadanos»
- «Sin el Estado, ¿quién velaría por mis intereses o me defendería en caso de agresión?»
- «Mis hijos deben ir a una buena escuela y aprender cómo convertirse en un buen ciudadano»
- «¿Quién construiría las carreteras y autopistas si no es el Estado?»
A nadie le gustan los impuestos, sin embargo, somos demasiado vagos y estamos demasiado metidos en nuestras vidas como para plantearnos cualquier cambio.
Los verdaderos derechos naturales son puramente individuales: ni de un grupo, ni de la colectividad, ni de la nación, la sociedad ni la humanidad. Tenemos derecho a la vida, a la libertad, a decidir lo que hacer con nuestros cuerpos, a decidir qué hacer con el fruto de nuestro trabajo, a la propiedad, a la búsqueda de nuestra felicidad y a intentar satisfacer nuestras necesidades.
Por supuesto, todo derechos que no obligan a terceros a nada.
Según John Locke —un influyente filósofo y pionero de la Ilustración—, el concepto de propiedad de los individuos es lo que corresponde a ciertos derechos naturales básicos. Esto no significa, sin embargo, que todo «uso» de esta propiedad pueda ni deba ser moral. No tiene por qué ser compatible con la moral de otras personas. La «inmoralidad» no es mala (la moral no deja de ser la opinión de alguien) siempre que solo te afecte a ti y no ataques la propiedad de otra persona.
Una norma debe ser válida para todos para que sea ética. Si alguien nos impone una forma de gobierno y no podemos rechazarla o impedirla, significa que ese alguien está por encima de nosotros, y eso no tiene nada de ético. Incluso las leyes son solo «opiniones» de un grupo de personas… ¡y ay de nosotros si no las acatamos! No se nos pidió nuestro consentimiento explícito cuando se aprobaron.
¡Que tenga sentido en la mente de alguien no significa que sea lo correcto! Sin embargo, los preciosos y bienintencionados discursos sociales siguen viniendo al rescate para justificarlos.
En conclusión, el Estado es 100% inmoral.
El camuflaje ideológico —el Estado prospera en tiempos de guerra
No hay mejor contexto para explicar la anatomía del Estado que la actual situación entre Rusia y Ucrania iniciada en 2022, que corresponde a la mayor crisis de seguridad en Europa desde el final de la Guerra Fría a principios de los años 90. La piedra angular de este conflicto es el rechazo de Vladimir Putin a la soberanía e independencia del pueblo ucraniano, que resulta inaceptable para él.
Y sí, este caos está organizado por el hábil estratega Putin. No se trata de que todos los rusos odien y quieran conquistar a todos los ucranianos. De hecho, una gran mayoría del pueblo ruso desprecia la actuación de su líder, lo que provoca un desequilibrio interno en la agenda del Kremlin. La población rusa es rehén de un dictador y está expuesta a una situación muy negativa en sus vidas simplemente porque unos políticos no saben entenderse y quieren más poder. El gobierno ruso sostiene que en realidad se están defendiendo, lo que relega a un segundo plano otros problemas como el autoritarismo o la corrupción.
Esto nos lleva a un punto importante: el problema de los grandes Estados es que el poder acaba siempre en manos de gente despreciable, de lo peor de la sociedad, de las personas que tienen menos problemas morales para hacer lo que tienen que hacer para llegar a lo más alto de la política. A partir de ahí, los conflictos estatales son solo el instrumento para hacer cumplir su voluntad. Esta es nuestra visión libertaria que exponemos aquí para hacerte ver cómo funciona el Estado, tomando como ejemplo la Rusia autocrática. De este modo, esperamos que quede claro que todo lo que está ocurriendo en el mundo ahora mismo es el curso natural del conflicto del Estado contra la libertad.
El manipulador discurso político es siempre fruto de la opinión de una persona o grupo decidido a defender sus propios intereses a toda costa. Mientras muchos tratan de justificar las acciones del estado X o Y, nosotros queremos mostrarte que toda acción del Estado es un acto de agresión, porque eso es lo que más le gusta al Estado: el conflicto y la guerra.
Mires a la izquierda o a la derecha, el Estado te saquea de arriba abajo.
¡El Estado proclama «el bien común» a partir de intereses absoluta y exclusivamente egoístas!
De hecho, Ucrania no es tan importante para Occidente como lo es para Putin. Occidente no tiene grandes intereses en ese país. Para los distintos Estados “aliados”, el impacto de este conflicto a nivel nacional es mucho más importante que la guerra en Ucrania en sí. Así, Ucrania solo les preocupa en tanto y cuanto pueda ayudarles a hacer crecer su poder (el Estado) y lograr puntos para resultar reelegidos.
Cuando un Estado se siente atacado, responde con una fuerza muy superior a los medios que reúne para proteger a otros Estados. El ataque a Ucrania solo genera más excusas para que los países occidentales obtengan más poder. Somos libres de protestar hoy, pero seguramente no lo seremos el día de mañana.
Es un claro ataque a la libertad, al libre comercio, a los derechos naturales y a las personas.
Es un claro ataque a la propiedad.
Se trata de la dominación a través de la fuerza y el poder.
Es la fuerte manipulación de los títeres políticos de todas las partes del mundo, que se han atado de pies y manos por proteger sus propios intereses.
Se trata de un sinfín de excusas poco convincentes para justificar horribles crímenes morales y encubrir la suciedad de la hegemonía estatal.
Es en la guerra donde el Estado se hace realmente fuerte: crece en poder, en número, en orgullo, en dominio absoluto sobre la economía y la sociedad —Murray Rothbard
La autonomía del Estado
Murray Rothbard escribió un libro sobre la autonomía del Estado. El hecho de que siga siendo válido para cualquier momento y aplicable sin excepción a pesar de que el libro se publicó en 1974 resulta bastante llamativo.
Rothbard creía que la tendencia natural de un Estado es a la guerra y el conflicto. Básicamente, el Estado teme la guerra, pero ve en ella una oportunidad para llevar más lejos los límites existentes de su influencia, y así obtener más poder. La guerra se puede perder, pero también se puede ganar. Las propias campañas electorales son una suerte de guerras. Es de enorme importancia comprender cómo se relacionan los Estados entre sí.
La guerra y el conflicto son un juego al que pocos quieren jugar. La población, por norma general, no se odia, al menos no hasta el punto de querer matarse entre sí. Los pueblos simplemente acaban sometiéndose a las consecuencias de los errores/ decisiones de los políticos que siempre quieren más control y poder a nivel global. Los que quieren el poder siempre ansían más poder, y la única manera de aumentar el propio poder es tomar el de otro. Esto siempre crea conflictos.
Hoy en día, los Estados ya no pueden atacarse mutuamente sin pretexto: para eso tienen los tratados. Los tratados son, ni más ni menos, que actos de agresión educados. Cuando los Estados se subordinan entre sí en un tratado comercial, la población y el libre mercado suele salir perdiendo. Esto es un conflicto en toda regla, por mucho que no se derrame ni una gota de sangre.
La verdad sobre los tratados es que los gobiernos ceden nuestros derechos de propiedad a otros. El Estado no tiene ningún derecho a tocar nuestra propiedad, y mucho menos a dársela a otro. No tiene ninguna base moral para dar ni para tomar, pero lo hace, y más a menudo de lo que pensamos. A través de los tratados, terceros pasan a poder dictar cómo debemos vivir nuestras vidas en un nuevo orden mundial.
Y así, el Estado trata de meternos su discurso en la cabeza: «para que os defienda, debéis darme más poder. Debes hacerme más grande para que pueda protegerte. Necesito saber con quién hablas y a dónde viajas, qué compras y a quién. Hay países muy malos y no debemos apoyarlos. Soy el único que puede defenderte de los tiranos que pretenden quitarte la libertad».
Y para colmo, los «nuevos gobiernos» no están obligados a respetar los tratados anteriores ni a afrontar las consecuencias de los mismos. El Estado tiene miedo de su propio fin. Debe resistirse al fin de un gobierno y a la destitución de quienes están al poder. Un Estado puede terminar bien por conquista (un Estado es engullido por otro) o bien por revolución (una suerte de «cambio de guardia»), como sucedió con la Revolución Francesa. A mayor poder, mayor riesgo e inestabilidad y menos libertad.
¿A quién defiende realmente el Estado? ¿A la población o al propio Estado? No necesitamos que el Estado nos proteja, lo que tenemos que hacer es protegernos del Estado. ¿Cómo es que nadie se da cuenta de esta incoherencia?
No tiene sentido renunciar a nuestra libertad y ponerla en manos de un tirano que dice que nos va a proteger de otros tiranos. Sencillamente no hay por dónde cogerlo. Nadie puede protegernos mejor que nosotros mismos.
Sería maravilloso que pudiéramos ayudar a todo el mundo a liberarse del control del Estado, pero este cambio no puede producirse de la noche a la mañana. Para ayudar al mayor número posible de personas, debemos ir pasito a pasito. Es fundamental, lógicamente, que las personas entiendan dónde está el problema. Así que, aquí estamos, escribiendo este artículo en pos de la liberación de la humanidad 🙂
¡Porque tu vida es tuya!
«El estado prospera en tiempos de guerra, se expande y se glorifica… a menos que sea derrotado y aplastado»
Vale, sí, no queremos tanto Estado, pero ¿qué alternativa tenemos?
Si hablamos de forma general, de lo que podemos hacer como sociedad, la alternativa a sociedades dirigidas por Estados y sus leyes son sociedades basadas en relaciones interpersonales, en las que huyamos de intermediarios que no aportan nada o que se quedan con mucho más de lo que dan.
Necesitamos sociedades en las que haya contrapoderes (otras instituciones como iglesias y otros tipos de organizaciones no estatales), debemos fortalecer las familias y el círculo de personas a nuestro alrededor, para dejar de depender del Estado para protegernos.
Tenemos que quitarles recursos a los Estados dejando de pagar impuestos (esta, por supuesto, es una parte en la que todos podemos aportar), hacer que retrocedan, que salgan de los ámbitos de nuestras vidas en los que nunca deberían haber entrado.
También es importante que se empiece a poner en duda que el Estado y su temible invento del Estado del Bienestar sean buenos o necesarios. Cuanta más gente hable de esto y se lo plantee, más difícil lo tendrán los gobiernos para seguir creciendo y aumentando su poder.
Votar con los pies forma por supuesto parte de nuestras herramientas. Si se perfila un fuerte movimiento de salida de personas hacia Estados más pequeños, con menos impuestos, eso mostrará el camino a seguir a los Estados más totalitarios, a los que intentan controlar todos los aspectos de nuestras vidas.
Es fundamental conseguir que los Estados se hagan más pequeños: ¡divide y vencerás! Que se independice Baviera de Alemania, Lombardía y Cerdeña de Italia, Cataluña y el País Vasco de España, Escocia e Irlanda del Norte en Reino Unido, Córcega de Francia, Flandes de Bélgica…
La independencia y separatismo no solo tiene como resultado que los Estados pierdan poder, sino que además les permite funcionar de manera más efectiva o, mejor dicho, de manera menos desastrosa.
Al final, la idea es hacer retroceder al Estado, sacar este virus de todos los ámbitos posibles de nuestra vida. Estoy seguro de que llegaría un punto en el que descubriríamos que el Estado no es en realidad necesario en absolutamente ningún ámbito.
Por otro lado, si hablamos de lo que podemos hacer como individuos, a corto plazo, para salvarnos a nosotros mismos, la solución está en la Teoría de las Banderas.
La vida del Turista Perpetuo: ¡porque tu vida es tuya!
Como decíamos, el Turista Perpetuo o PT es una persona que ha identificado las causas y consecuencias que un Estado tiene en su propia vida y se opone frontalmente a todo ello. Para el PT, los derechos básicos naturales siguen siendo las únicas reglas válidas (junto con la ley de la oferta y la demanda que regula el mercado). El Turista Perpetuo no vive fuera de la ley, sino que ha aprendido a defenderse del ladrón local del que ya hemos hablado bastante.
El primer paso para convertirse en PT es comprender que el Estado es perjudicial, independientemente de lo que te quieran vender. Es perjudicial sin importar si uno está de acuerdo con algunas «leyes» vigentes, porque siempre va a haber leyes futuras con las que uno no simpatice y que traigan desventajas. Puede gustarte el actual presidente, primer ministro o canciller de turno, pero seguramente no te van a gustar los próximos políticos que los releven. Lo cierto es que no importa quién gobierne: las sucias maquinaciones del sistema nos salpican a todos.
Como Turista Perpetuo, podrías irte a donde mejor te traten. Lo bonito es que cada uno puede decidir por sí mismo lo que significa «mejor» para sí. Es una cuestión claramente subjetiva, y es por ello que debemos atender a las necesidades del individuo y no de la sociedad.
Como PT, puedes utilizar tus propias «leyes» contra los gobiernos existentes para sabotearlos. Por sabotaje nos referimos a hacerles ver que haces con tu vida lo que quieres, no solamente lo que ellos te permiten. Naturalmente, todo ello dentro de la legalidad. No podemos derrotar a este sistema criminal saltándonos sus leyes, más que nada porque ellos tienen el poder.
Como Turistas Perpetuos, podemos abandonar el Estado, porque de ser por él no nos soltaría nunca. Nos necesita para mantener su poder y quiere hacerse nuestro amigo. Recuerda, el Estado es la deidad del presente y, por supuesto, nos quiere, es buena, justa y todo lo hace por nuestro bien.
El PT toma (o recuperar) el control de tu propia vida, cosa que muchos no hacen por ignorancia, pereza o miedo. Podrás volver a explorar el mundo libremente, la humanidad siempre ha necesitado exploradores para avanzar y si queremos provocar un cambio de paradigma lejos del Estado, tenemos que empezar a explorar nuevos caminos. Si funciona, cada vez más gente se atreverá a dar el paso y poco a poco perderá el miedo que ha vivido dentro de todos nosotros durante años.
No importa de qué país o espectro político sea: los Estados son siempre organizaciones criminales que, por definición, se nutren de nuestros bienes y libertades.
Si quieres empezar a vivir como Turista Perpetuo, puedes seguir leyendo los múltiples artículos que hemos publicado en nuestro blog o, directamente, contratar una consulta con nosotros para que te expliquemos cómo dar el paso y librarte del peso del Estado.
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La «Teoría de las Banderas» y convertirse en turista perpétuo, suena muy bien, mientras seas joven, claro. Cuando llegas a cierta edad, por muchas ansias de libertad que tengas, te encuentras con un obstáculo muy difícil de superar que es el cuidado de tu salud y la casi inexistencia de seguros privados que cubran las contingencias a personas de más de 65 años. En caso de que existan estos servicios, sus precios suelen ser muy elevados, por lo cual, cuando llegamos a una edad determinada, o disponemos de mucho dinero, o no nos queda otro remedio que depender del estado para temas de salud, con todo lo que ello conlleva.
Puesto que todos envejecemos, ¿Qué tal si escribís alguna vez un artículo dedicado al turista perpétuo Senior y qué alternativas existen para jubilados en busca de la libertad?
Sí, podría ser interesante un contenido en ese sentido. De todas formas, te adelanto la solución: haber tenido un seguro de salud privado ya antes de los 65 años firmado y que no puedan rescindir o, sobre todo, haber ahorrado y hecho crecer (inversión) tu propio dinero para cubrir posibles problemas. Si no has hecho nada de eso, tu única opción es ir a un país en el que haya seguro de salud público, así es. De todas formas, hay que tener en cuenta dos cosas, por un lado, sí existen países como Costa Rica en los que puedes ahorrarte un montón de impuestos y que ofrecen seguro de salud público. Por otro, el seguro de salud público no se mantiene (está en pérdidas) y cada vez funcionará peor (cada vez hay menos jóvenes y más mayores), así que dentro de poco tampoco será una opción.